18.3.07

PEQUEÑOS PUEBLOS

Está a punto de llegar la primavera. Esta es la mejor época para los pequeños mundos donde los pequeños pueblos viven y mueren, construyen sobre lo destruido y vuelven a renacer de las continuas catástrofes que los arrasan y destrozan sus efímeras vidas, siempre pendientes de un hilo.
Si nos acercamos al desagüe que se abre junto a la acera y que conduce directamente a la alcantarilla, reino subterráneo de la ciudad, podremos observar que hay un pequeño rebujo de cáñamo en el que se han ido adhiriendo restos de cristales rotos y tuercas oxidadas. En el centro de esa madeja se esconde como una pequeña nuez la ciudad dorada, hilos y motas de polvo de oro
consolidados y entretejidos en un minucioso encaje. Las paredes de sus minaretes y sus altas torres están trenzadas apretadamente, son como un cañamazo, como una cesta de oro que ocultase algo muy valioso tras su celosía. En la torre más alta del castillo más alto de la ciudad hay una ventana ojival. Detrás de esa ventana una mujer llora y teje, teje y llora. Su rostro es pálido, tiene la cabeza inclinada y de sus ojos mana un río de lágrimas que moja el bordado y sus manos atarea das. La mujer suspira, mira por la ventana (el cielo tormentoso, nublado y espeso como siempre), y sigue llorando. Podríamos preguntarnos por qué llora, por qué teje, por qué teje y llora al mismo tiempo, como si las dos acciones formasen parte de una misma tarea vital, de una misma empresa imprescindible. El cielo se oscurece repentinamente y se oye un retumbar cercano e intenso, y las paredes del palacio se abren y la ventana ojival revienta aplastada por una sucia marea que se abalanza contra el palacio con furia incontenible y lo inunda en sólo unos segundos, y el hombre del mono anaranjado sacude las últimas gotas de agua del cubo y prosigue su camino empujando el carrito.
En la horquilla entre aquellas dos ramas de plátano, sobre la grisácea corteza, se alzan los delicados domos transparentes de la ciudad de clorofila. Una nervadura como de hoja se extiende y recubre las estrechas y espigadas casas bajo su paraguas de verdes varillas. Los balcones y las ventanas tienen formas caprichosas, lobuladas, como de ramilletes abiertos. Por una de esas ventanas se asoma la cabecita lisa y redonda de un niño. La madre, asustada, coge al niño en volandas momentos antes de que éste, inconsciente, logre encaramarse al alféizar de la ventana y caer desde la altura. La mujer estrecha al pequeño nerviosamente y ríe. El susto ha pasado.Un vendaval entonces arranca los domos, se lleva las esbeltas torres de la casas, y un choque monstruoso destruye la ciudad en un segundo. El jardinero apaga la sierra mecánica, baja del árbol y pisa las ramas del árbol que acaba de podar.
Entre los ladrillos de una pared, en un solar abandonado, las formas de sus poblados los delatan. Unos construyen en forma de espiral, alimentándo
se de las ruinas del pasado, construyendo sobre lo destruido, haciendo sacrificios humanos a los dioses y enterrando a esos sacrificados que, convertidos en cimientos de la nueva ciudad que crece alimentándose de sí misma, forman el pasado. Otros construyen en línea recta, y abandonan lo viejo, que se derrumba, olvidan el pasado y corren como locos, ignorantes y decididos, hacia el futuro, dejando una estela de ruinas que pronto se integrarán con la tierra.Otros construyen en círculo. Son conservadores. Sus ciudades no crecen ni menguan, son siempre idénticas, circulares, perfectas. El centro siempre lo ocupa un misterioso lugar ceremonial donde se celebraban, hace mucho tiempo, rituales ya olvidados. Lo único que hace iguales todas las construcciones de los pequeños pueblos es su fugacidad: el coletazo descuidado de un perro, la patada de un niño, el mismo roce de las manos las pueden destruir en un momento y desbaratar sus materiales hasta reducirlas a polvo.

Jean Giraud "Moebius": Arzach.
Bruno Taut: ilustración de Alpine Architektur.
Miguel Navarro: Vestigio Industrial 2005.
Charles Simonds: Circles and Towers Growing nº 5, 1978.

2 comentarios:

Cronopio dijo...

Acertado como casi siempre. El final casi nunca debe poner el énfasis en lo “poético” (si es que puede llamarse así) sino en lo aparentemente banal o frugal. Porque en la literatura, como todo en la vida, si no hay emoción no hay casi nada. Así, que dado esto por sentado, la técnica, la eficacia en suma, adquiere la importancia que se merece. No más, pero tampoco menos.
Por supuesto, ganso goloso, me encanta leerte.

Anónimo dijo...

Gracias, Cronopio amigo. La verdad es que mi intención no es acertar, sino simplemente sugerir, comunicar alguna de mis extrañas inquietudes... Me alegro si a alguien le sirven para algo. Tú has interpretado esta entrada de una manera que, la verdad, no había previsto. Me movía más bien la idea de recordar los mundos creados por la mente (como en el caso de Moebius o de Bruno Taut y sus fantásticos dibujos de las "arquitecturas alpinas") y de la fugacidad de los elementos que conforman una posible ordenación seudo-humana (las arquitecturas "de juguete" de Navarro y Simonds). Los visionarios e iluminados, los que se sienten demiurgos... En todo ello hay un componente de crítica y de "reducción" del mundo al absurdo, pero también un mensaje emocional, desde luego. No podemos permanecer indiferentes a la creación y destrucción de esos mundos hechos a imagen y semejanza nuestra.
Un abrazo.