17.12.05

NIEVE


Todo ahora
Bien tibio
Bajo tu abrigo leve
Casi sólo de bruma y de bordado,
Nieve, señora misericordiosa.
Desnudos, recostados
Contra tu cuerpo, duermen
Los seres y las cosas, y tus dedos
Con su claridad velan sus párpados cerrados.

Yves Bonnefoy, Principio y fin de la nieve,
traducción de Jesús Munárriz.

6.12.05

RUINAS (ESQUISSE VI, SEGUNDA PARTE)


Athanor, Anselm Kiefer, 1991.

Esta obra, Athanor, según el catálogo de la subasta, ejemplifica la exploración por parte de Kiefer del pasado de Alemania y es una de sus obras más ambiciosas. "La razón del fuego la da el título de la obra. El 'Atanor' era un horno grande que usaban los alquimistas para transmutar el plomo en oro. El fuego que amaestra el alquimista... no es el de la destrucción, sino el de la purificación". En esta obra, a diferencia de algunas versiones anteriores en las que aparecía el patio de la Cancillería de Berlín diseñado por Albert Speer, lo que arde es el Reichstag. "Su vaciedad, así como el suelo devastado y el cielo preñado, confieren una extraña serenidad a toda la escena. Y también grandeza, ya que Kiefer ha creado un edificio que recuerda a los antiguos templos de Grecia y Roma. El Atanor de Kiefer se ha convertido en un Partenón del siglo veinte, y él mismo en un Oráculo de Delfos del pasado de Alemania."

Sobre la historia natural de la destrucción, W.G. Sebald, Anagrama, 2003 (traducción de Miguel Sáenz)

"...el aparante vagar sin rumbo de millones de personas sin hogar en medio de aquella inmensa devastación era un espectáculo horrible, profundamente inquietante. No se sabía dónde se alojaba aquella gente, aunque, al caer la oscuridad, las luces en las ruinas mostraban dónde se habían instalado. Nos encontramos en la necrópolis de un pueblo extraño e incomprensible, arrancado a su existencia e historia civil, devuelto a la etapa de desarrollo de los recolectores nómadas Imaginémonos, pues, 'lejos, detrás de los pequeños huertos familiares, alzándose sobre el terraplén de las vías de tren... las ruinas carbonizadas de la ciudad, una oscura silueta desgarrada'; delante, un paisaje de bajas colinas de escombros, de color cemento, polvo de ladrillo rojo y seco que se mueve en grandes nubes sobre la desierta comarca, un solo hombre que hurga entre los guijarros, la parada de un tranvía en medio de ninguna parte...", dice Sebald, citando a Nossack y a Böll, que hablan en sus obras de Hamburgo y otras ciudades alemanas bombardeadas entre 1942 y 1947.
"Sobre los terrenos sepultados por los escombros y a través de las calles cuyo trazado ha quedado borrado bajo el cúmulo de ruinas, se forman al cabo de unos días senderos trillados que, vagamente, guardan relación con las antiguas conexiones viarias. Resulta llamativo el silencio que reina sobre las ruinas. La falta de acontecimientos engaña, porque en los sótanos hay todavía incendios vivos, que se mueven bajo tierra de una carbonera a otra. Muchas sabandijas que se arrastran [...]" Aquí Sebald cita el texto de Alexander Kluge del ataque aéreo sobre Halberstadt.