4.11.08

VOLVER A ALEPPO

Un restaurante es un negocio que lleva alguien, a quien le va bien, mal o regular. Pero también es un espacio de la memoria. Cuando muere uno al que ibas sientes que te arrebatan algo tuyo... El Café d’Alep desapareció hace años, pero cuando lo recuerdo aún siento la misma pena que el día que supe que había cerrado. El Café d’Alep tenía las paredes pintadas de gris, y unas lámparas con pantallas pequeñas, color rojo oscuro. En las mesas había inmaculados manteles blancos, en las paredes unos cuadros enormes con dibujos antiguos de Aleppo (Siria), y sonaba siempre de fondo música francesa antigua. Solíamos comer allí unos “mezze” siempre distintos, aunque siempre contenían hummus o puré de berenjena como base, y otras ensaladas distintas a capricho del chef. Solíamos comer foie y confit de pato: la carta no era extensa, ni especialmente original, pero todo era bueno, el servicio era extraordinariamente atento, el ambiente muy agradable, la música suave y sin estridencias, las conversaciones íntimas y la decoración muy sobria y muy bonita (aunque ese ambiente tan agradable se debía, en realidad, a que nunca había casi nadie, cosa nefasta para un negocio que lleva alguien...) Era como volver a una casa en la que viviste y fuiste feliz pero sabías condenada al derribo, como acudir a un paisaje antiguo que nunca se acabó de borrar de tus retinas, aunque lo sabías destinado a quedar anegado por una presa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Será que el noviembre lluvioso provoca nostalgias? Siento el cierre de un café al que nunca fui.¡Bonita evocación!

Anónimo dijo...

Sí, será el otoño... Pero, ¿no es bueno poder recordar?

Anónimo dijo...

¡Q pena! Ayer mismo volví de Siria y mañana voy a Barcelona. Un chico de Alepo me lo había recomendado, y me hacía ilusión visitarlo. Buscando la dirección, lo que me he llevado ha sido una desilusión.