18.11.08

BATALLITAS

El tiempo de las batallitas nació un día oscuro, en el principio de los tiempos, en el inicio de la edad. Empezaron tan pronto a contártelas que ni recuerdas cómo fue aquel inicio. Desde siempre estuvieron ahí. Te acunaban para dormir, te mantenían en vela con la emoción algo turbia de aquello que sólo se comprende a medias. Eran nombres, hechos, anécdotas de gente que había vivido años atrás, en lugares que seguramente tú nunca llegarías a conocer. A decir verdad, el tiempo de las batallitas y el de los cuentos se mezcla de forma inextricable en la memoria. Junto al sastrecillo valiente, las hermanastras malvadas o la ratita presumida desfila aquella mujer vasca que golpeaba el techo con el palo de la escoba para avisar de que ya había llegado la luz y ponía sal a la mantequilla, y aquel misterioso tío-bisabuelo que estuvo en Cuba y tocaba la mandolina y la guitarra y las metía en la cama para mantenerlas calientes, y aquellas casas castellanas con sus anchos portalones y sus escudos de piedra en todas las fachadas, y el bisabuelo que ejercía de juez de paz allá por la guerra del 14, y las excursiones por la montaña con la abuela vestida con bombachos, y los curas y los maestros y sus tertulias en la rebotica, y los cazadores con sus hurones, los novios infieles que abandonaban a sus novias, los niños que morían de tosferina, los aviadores italianos y la guardia mora y los soldados cautivos y desarmados que hacían anillos con fichas de dominó y joyeros con cajas de puros...
(Imagen de Mandolin Cafe)

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