10.9.06

MIEDOS: EL RESCATE (2)

Las fauces de las farolas devoran la noche y protegen bajo su dosel de mercurio a los transeúntes despistados que sacan a pasear a sus perros cuando las calles se despueblan. Esa disposición sincopada de las luces, ese parpadeo constante del semáforo, rojo, verde, amarillo, nos salvan de la cueva y el barro.
Esas hileras que se confunden a lo lejos, ese enjambre de postes erguidos, de lianas eléctricas, nos separan de la noche y el aullido, de la soledad animal.
Esa disposición perfecta de los campos y los ríos por donde circulan el acero y la goma nos aleja de los zuecos y las abarcas, del pedregoso senderear por los campos helados, por los montes yermos y sin luz.
Los rebaños acorazados, brillantes e innumerables, nos separan ya para siempre del miedo pegado a la nuca, del sudor en los costados, de la sangre en la boca, de los pies lacerados, del pecho estremecido de dolor, de la persecución y el acoso.
Antes el miedo era siempre animal, imprevisible, orgánico, vulnerable.
Ahora ese miedo ya no existe, todo transcurre ordenadamente; todo es geométrico, simétrico, matemático...

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