10.1.09

ADIÓS AL FLÂNEUR

Pasear por el centro de la ciudad ya no es una actividad ociosa como la del flâneur arquetípico del diecinueve. Ya no se puede caminar tranquilamente por paseos, callejuelas, aceras y bulevares. Ahora pasear por el centro de la ciudad es un ejercicio constante de evitación. Rehuir a las multitudes. Esquivar a los grupos de turistas con su guía que ocupan las aceras en un tropel compacto, impenetrable y ciego, como ñúes en estampida en el delta del Okavango. Rehuir los ojos de mendigos, vagabundos, vendedores ambulantes, locos que hablan solos, excéntricos, gitanillas rumanas que recogen firmas con excusas falsas o que te quieren vender una flor, mimos pintarrajeados, estatuas humanas pintarrajeadas, payasos, trileros, manguis que acechan tu bolso, chicos y chicas que hacen encuestas o te apuntan a Greenpeace o a Intermon Oxfam, viejos verdes que murmuran obscenidades incomprensibles, papás y mamás con sus cochecitos de bebé embistiendo todo lo que se les pone por delante, adolescentes gritones, compradores compulsivos cargados de bolsas, abuelitas inestables precariamente apoyadas en sus bastones o sus andadores o sus carros de la compra, bongo-perros piojosos, hoolingans, inglesitas de despedida de soltera con una polla de trapo en la cabeza, marilolis de barrio cogidas del brazo y buscando guerra, lateros, repartidores de propaganda, parejas acarameladas, skaters, turistas y turistas y más turistas...


Imagen: Antonio Saura, Foule (fragmento), 1962.

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