8.3.06

NADA HUMANO ME ES AJENO

Todas las posibilidades, por ridículas o fantasiosas que parezcan, me conmueven. Todas las vidas posibles se hermanan con la mía en ese borde borroso entre la realidad y la tragedia, o entre el hastío y la épica. A todas les imagino ribetes heroicos, tiernos, humanos.
Oigo jazz y pienso en calor visceral, casi animal, en esas vidas nocturnas y alcohólicas suspendidas entre nubes de humo, colgadas del gemido afónico del saxofón. Recuerdo a los adoradores del hacha de doble filo y con ser tan lejanos y tan desconocidos, también me conmueven sus sustos secretos, sus olvidadas ceremonias, su disposición hacia el amor y la muerte encerrada en las astas de un toro.
Otros mundos. Otras vidas. Los emigrantes en la isla de Ellis, antes de entrar en Nueva York. Los marinos de aquellos primeros barcos de los mares del sur, cuando las provisiones empezaban a escasear. Titiriteros y juglares rondando por los caminos del Medievo, y sobre todo por algunas películas antiguas de Bergman. El tenor de segunda categoría justo antes de iniciar el aria decisiva. Un mundo de abuelos y primos, de pastelerías y muñequitos de azúcar colgando de las palmas y palmones en aquellos domingos de Ramos, sol de marzo en los brazos desnudos, calcetines cortos.
Carcasona resistiendo heroicamente al sitio de Carlomagno. Los pobres extras de las películas de kung-fu, obligados a morir y resucitar incesantemente, una y otra vez, para volver a caer fulminados por las feroces patadas del héroe.
Los últimos esquimales (inuit, se llaman a sí mismos), que ya sólo hacen iglús para los turistas, en sus casas con calefacción y antena parabólica. Los primeros santos cristianos, aquellos ancianos y adolescentes enfervorizados que se dejaban asar, rasgar con garfios, mutilar y devorar por las fieras, y entre tanto cantaban. Los niños africanos recortando latas de refresco, retorciéndolas, dándoles forma, convirtiéndolas en fantásticos aviones, bicicletas, coches... Los amantes clandestinos citados en un café. La multitud dando vueltas incesantemente en torno a la enorme piedra negra. El bebé que se tapa la cara y desaparece y se ríe una y otra vez, una y otra vez, incansable, de la misma broma. Las muchachas que ven la vida pasar ocultas detrás de una celosía en la judería de Toledo, en el harén de la sublime puerta, en el trascoro de un convento de clausura...

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