1.8.06

LOS TÁRTAROS


"Así comenzó aquella noche memorable, atravesada por los vientos, entre vaivenes de linternas, insólitas cornetas, pasos en los zaguanes, nubes que bajaban atropelladamente del norte, se enganchaban en las cimas rocosas dejando pegados en ellas jirones, pero no tenían tiempo de pararse, algo muy importante las llamaba.
Había bastado un disparo, un modesto disparo de fusil, y la Fortaleza se había despertado. Durante años había habido silencio (y ellos siempre orientados al norte para oír la voz de la guerra inminente), un silencio demasiado prolongado. Ahora un fusil había disparado (con la carga de polvo prescrita y la bala de plomo de treinta y dos gramos) y los hombres se habían mirado recíprocamente como si aquella fuera la señal.
Es cierto que tampoco esta noche nadie, salvo algún soldado, pronuncia el nombre que está en el corazón de todos. Los oficiales prefieren callarlo porque justamente ésa es su esperanza. Por los tártaros han alzado las murallas de la Fortaleza, consumen allá arriba grandes porciones de vida, por los tártaros los centinelas caminan noche y día como autómatas. Unos alimentan esa esperanza con nueva fe cada mañana, otros la conservan oculta en lo más hondo, otros ni siquiera saben que la poseen, creyendo haberla perdido. Pero nadie tiene el valor de mencionarla; parecería un mal augurio, y sobre todo parecería confesar los propios y más queridos pensamientos, y a los soldados eso les avergüenza."


El desierto de los tártaros, Dino Buzzati, traducción de Esther Benítez.

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