11.5.10

LOS OTROS

Había que callárselo todo. Mil veces a mi alrededor la gente se preguntaba cosas, cómo se llamaba esto o lo otro, dónde estaba tal o cual sitio, quién era un personaje determinado, cómo se hacía algo, y la mayoría de las veces yo sabía la respuesta pero me callaba. Jamás se me habría ocurrido decirla, porque comprendía que lo normal era no saberla, lo normal era ser ignorante y preguntarse cosas, y no ser un empollón y saberlas. Lo normal era pertenecer al grupo de “los otros”, la gente interesante, los malos, los traviesos, los divertidos, el pelotón de los torpes. El empollón era un ser sospechoso y repipi del que había que apartarse y al que se hacía el vacío, un apestado, un chivato, uno que se había pasado al enemigo (los profes), o era un llorica, o un pelota, o un cobarde, o directamente un bicho raro.
Y desde luego en clase había cobardes, y repipis, y pelotas, y chivatos, y bichos raros... Pero el grupo de los que eran despectivamente calificados como “empollones” incluía a muchos injustamente marginados: niños tímidos, niños y niñas a los que les gustaba de verdad aprender y se les daba bien todo, niños y niñas reservados o poco sociables, niños más débiles físicamente o sensibles o con capacidades artísticas, niños que amaban la lectura y se expresaban con una corrección que los demás no encontraban normal, niños solitarios, niños tristes.
En la barahúnda del recreo con su griterío futbolero y los chismes de las marisabidillas, esos niños se quedaban siempre a un lado, sin decir nada, escuchando a los demás y sufriendo al ver que “los otros” aprovechaban cualquier excusa para llamarles empollones, reírse de ellos y martirizarles.
Algunos se acostumbraban tanto a callar y reprimir sus instintos que ya nunca más abrían la boca y se convertían en seres grises y anulados. La jauría, el pelotón de los torpes, los que luego de adultos reivindican con orgullo sus días escolares (“yo no era un empollón”, “odiaba a los pelotas”) fueron disgregándose e integrándose mansamente en el rebaño de los consumidores que pagan su hipoteca y malcrían a sus hijos, y no recuerdan haber maltratado nunca a nadie. Así son las cosas.