29.8.06

MIEDOS: EL RECUERDO (1)

A veces notamos una sensación de desajuste, una sensación discordante que no sabemos cómo tomar. Hay un tiempo en el que se hunden las raíces de nuestra vida. Cuál es, no lo sabemos. Sólo que es anterior, muy anterior. Los ojos, ya no inocentes, tienen conciencia de que hubo otros tiempos, y ese recuerdo imposible (algo grabado en nuestra carne y que sin embargo desconocemos) duele ya de forma irremediable, eterna. No quisiéramos saberlo, pero, ¿cómo evitarlo? Una vez sabido, ese tiempo antiguo de un invierno glacial entre muros de piedra, de hierba recién cortada y de cielo tormentoso en el valle viene a mezclarse con las aceras y las calzadas llenas de coches, y algo muy extraño, una colisión sorda y terrible, convierte los caminos cotidianos de la ciudad en una espantosa ciénaga donde cada paso es un peligro.
Nos asaltan recuerdos imposibles de enormes casonas llenas de ecos y ruidos; durante siglos, nos dormimos con el sonido del ulular del viento y la lluvia violenta repiqueteando en el tejado.
Pasos misteriosos, gruñidos, tormentas, llamas, agua fría.
Ahora que todas las sensaciones se viven diferidas a través de pantallas y otras figuraciones mecánicas, un repeluzno de espanto nos eriza la piel esos días extraños en los que el pasado irrumpe de pronto, como una pesadilla antigua, con las sensaciones vivas y crudas, sin pulir.
Casi podríamos alcanzar con la mano esa herida, ese tiempo desgajado, y palpar la aspereza de la tela basta que roza la piel, y oír el chirrido del metal sobre la piedra y oler a fuego extinguido.
Sin embargo, se trata de una sensación ilusoria. El desligamiento es total. No se puede regresar al útero. Vivimos hace innumerables siglos. Esta terrible condena al presente es el colmo del dolor, el colmo de la soledad entre ráfagas tristes, como si lloviera sobre un coche abandonado.

17.8.06

EL RUMOR DEL OLEAJE

Shinji es un joven pescador que vive en la minúscula isla de Utajima, un lugar bello y salvaje, donde la naturaleza aún permanece en un estado prístino. Un día, volviendo de faenar en el Taihei-maru, ve una joven desconocida en la playa que está ayudando a sacar a la orilla las barquitas de los pescadores... Al día siguiente se entera de que la muchacha es Hatsue, la hija de un rico propietario. Los dos jóvenes se encuentran por casualidad en una antigua torre de guardia abandonada y días después se citan en aquel mismo lugar. Amanece un día de lluvia, negro y tormentoso, y Shinji no puede salir a pescar, pero el tiempo le parece magnífico. Tiene ganas de cantar y saltar, y el tiempo que transcurre hasta la hora de su cita se le hace eterno.
Llega a la torre empapado, enciende una hoguera y se quita la ropa para secarla. Al entrar en calor se queda dormido, y cuando despierta ve una muchacha desnuda: es Hatsue.
Los amantes se abrazan y fuera la tormenta sigue desatada.
"De vez en cuando, el fuego moribundo crepitaba un poco. Oían ese sonido y los silbidos del viento al pasar ante las altas ventanas, todo ello mezclado con los latidos de sus corazones. A Shinji le parecía como si el conjunto formado por esa sensación incesante de embriaguez, el confuso retumbar de las olas en el exterior y los ruidos de la tormenta entre las copas de los árboles, siguiera el ritmo violento de la naturaleza. Y la sensación imperecedera de una felicidad pura y sagrada formaba parte de esa emoción."


El rumor del oleaje, Yukio Mishima. Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla.

10.8.06

TRISTRAM SHANDY: A COCK & BULL STORY

¿Cómo hacer una película sobre un libro que resulta imposible de llevar a la pantalla? Michael Winterbottom se ha empeñado y le ha salido una película muy poco convencional, eso es cierto, pero regocijante y llena de interés, una historia de "cine dentro del cine" que consigue hablar verdaderamente de lo que es y lo que representa el libro Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy de Laurence Stern sin contar, en realidad, su argumento... La película nos muestra los entresijos de una filmación, un equipo alborotado que se aloja en un precioso hotel de Yorkshire semejante a un palacio, los problemas del rodaje, los roces, las imposturas, las astucias, las mentiras y las bobadas de cada uno. El resultado es una obra ingeniosa y fresca repleta de bromas de todos los calibres, desde las más finas e irónicas hasta la payasada que provoca la carcajada inevitable.
Steve Coogan, que ya actuó con Winterbottom en otro curioso papel "dentro y fuera" de la pantalla en 24 Hour Party People hace de Tristram Shandy, de su padre y de él mismo, autoparodiándose con una increíble desfachatez. Sus discusiones con Rob Brydon sobre el tamaño de los tacones o el color de sus dientes resultan memorables.

1.8.06

LOS TÁRTAROS


"Así comenzó aquella noche memorable, atravesada por los vientos, entre vaivenes de linternas, insólitas cornetas, pasos en los zaguanes, nubes que bajaban atropelladamente del norte, se enganchaban en las cimas rocosas dejando pegados en ellas jirones, pero no tenían tiempo de pararse, algo muy importante las llamaba.
Había bastado un disparo, un modesto disparo de fusil, y la Fortaleza se había despertado. Durante años había habido silencio (y ellos siempre orientados al norte para oír la voz de la guerra inminente), un silencio demasiado prolongado. Ahora un fusil había disparado (con la carga de polvo prescrita y la bala de plomo de treinta y dos gramos) y los hombres se habían mirado recíprocamente como si aquella fuera la señal.
Es cierto que tampoco esta noche nadie, salvo algún soldado, pronuncia el nombre que está en el corazón de todos. Los oficiales prefieren callarlo porque justamente ésa es su esperanza. Por los tártaros han alzado las murallas de la Fortaleza, consumen allá arriba grandes porciones de vida, por los tártaros los centinelas caminan noche y día como autómatas. Unos alimentan esa esperanza con nueva fe cada mañana, otros la conservan oculta en lo más hondo, otros ni siquiera saben que la poseen, creyendo haberla perdido. Pero nadie tiene el valor de mencionarla; parecería un mal augurio, y sobre todo parecería confesar los propios y más queridos pensamientos, y a los soldados eso les avergüenza."


El desierto de los tártaros, Dino Buzzati, traducción de Esther Benítez.